Y los dieciséis poemas que componen esta Hora de molienda que tienes entre tus manos, última entrega de Inés María Guzmán, pueden leerse, asimismo, como monólogo dramático —no podemos olvidar que la poeta fue actriz— en el que su autora hubiera dado voz y cuerpo a todos aquellos momentos y personajes que han ido conformando su trayectoria vital a través del tiempo. La hora de molienda, repetida hasta tres veces a lo largo del poemario, no es otra que ese instante, nostálgicamente aromático, en que hacemos una pausa en nuestro trajín diario para «moler» los recuerdos, tal vez ajustar cuentas con la vida y, lo más importante, entendernos y/o asumirnos a nosotros mismos: «Todo se muele, todo, / sentimientos, recuerdos, todo. / Es hora de molienda / y me quedo sentada». Además, estos dieciséis poemas están dispuestos atendiendo a una estructura in crescendo nada casual: el primero de ellos, que sirve de pórtico espacial y temporal, nos sitúa en el momento exacto en que la voz poética comienza su monólogo, la hora incierta del amanecer, cuando el alma aún está inundada de paz; en cambio, el último, dedicado al amigo muerto, resulta casi una fatal premonición del fin del ciclo de la vida: «[…] porque te elevas lento como una mariposa / desde este lago azul / que es ya la estancia».
Antonio Aguilar